miércoles, 24 de julio de 2013

Servir... ¿con alegría?



En las culturas antiguas, incluida la romana, se practicaba la esclavitud. Aquel que era capturado en una batalla, por ejemplo, tenía dos opciones, o moría a manos de su enemigo, o era vendido como esclavo, como servus. Sería, pues, en esta circunstancia, muy difícil relacionar la condición de servus con la de estar alegre. Y esto, precisamente, porque era una condición contraria a la libertad: la persona quedaba sujeta, sometida, a la voluntad del amo, sin posibilidad de decidir su camino.
Servir hoy, sin ser formalmente una esclavitud, comporta ciertamente este rasgo de “no ser libres”, de someterse a algo o alguien. Implica estar sujeto a una condición, una tarea, una relación. Y si bien la idea de que podemos ser totalmente “libres”, esto es, hacer lo que queramos, cuando queramos y cómo queramos, es una verdadera fantasía, hay situaciones determinadas donde la persona concreta, comprometida en un “servicio”, quisiera hacer algo y no lo puede hacer, o lo hace pero bajo ciertas condiciones que no ha establecido por sí misma. La pregunta es: ¿cómo puede ser compatible la alegría en una situación así?
La pregunta es válida, incluso cuando no todas las situaciones concretas de “servir” nos presenten estas dificultades, porque la cuestión no es si puedo estar sirviendo alegremente algunas veces y otras no. Apunta a una actitud estable y permanente en el servicio. ¿Es esto posible?
Es, en verdad, un reto, incluso en el contexto de nuestra vida de fe. El Señor Jesús nos indica en su palabra: “Si ustedes aman sólo a quienes los aman, ¿qué premio merecen? También hacen lo mismo los recaudadores de impuestos. Si saludan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? También hacen lo mismo los paganos” (Mt 5,46-47).
Cuando San Jerónimo tradujo la Sagrada Escritura al latín, englobó los conceptos que se refieren a las acciones de trabajo público o privado, voluntarias o no, incluso los de las tareas en el ámbito religioso, en el término servare, de donde surge nuestro servir. Esta palabra originalmente se refiere al trabajo de los esclavos. Incluso lo utiliza cuando habla de los trabajos que, voluntariamente, podemos realizar a favor de los demás y de Dios. Esto es significativo, pues esta simplificación en las palabras ocurre en nuestra existencia: nuestra vida es, en realidad, queramos o no, una esclavitud; y en lo que hacemos, se refleja a qué amo servimos.
San Pablo describe la vida de los cristianos como una libertad y una esclavitud: “Ahora, libres del pecado y esclavos de Dios, su fruto es una consagración que desemboca en la vida eterna” (Rom 6,22). Una esclavitud peculiar, que será la que defina la vida del cristiano. Sea esclavo o libre en la vida social, siempre deberá ser un esclavo del Señor: “Esclavos, obedezcan a sus amos corporales, escrupulosa y sinceramente, como si sirvieran a Cristo; no por servilismo o para halagarlos, sino como siervos (douloi = esclavos) de Cristo que cumplen con toda el alma la voluntad de Dios (Ef 6,5-6). Incluso los “libres” habitantes de Roma, son exhortados por San Pedro a ser esclavos de Cristo: “Como hombres libres, que no usan de la libertad para encubrir la maldad, sino más bien como servidores (douloi = esclavos) de Dios, honren a todos, amen a sus hermanos, respeten a Dios, honren al rey” (1 Pe 2,16-17).
Si somos esclavos, pues, ¿de dónde brota nuestra alegría al servir? De que lo somos de Cristo, y no del mundo, o de nuestros placeres, o de un determinado sistema económico, o político, o de una determinada persona, por más buena que sea. De saber que no hay libertad más plena que servir a Cristo.
¿Cuál es la alternativa a ser esclavos? Estar muertos, y hablamos ahora de una muerte más profunda, una verdadera frustración absoluta y eterna de la vida que hemos recibido por Dios. Por eso nuestro servicio, nuestra esclavitud, es una gran alegría: implica la permanencia en la vida, la promesa de la vida eterna. “Así como los hijos de una familia tienen una misma carne y sangre, también Jesús participó de esa condición, para anular con su muerte al que controlaba la muerte, es decir, al Diablo, y para liberar a los que, por miedo a la muerte, pasaban la vida como esclavos” (Heb 2,14-15).
La alegría, pues, de nuestra esclavitud, de nuestro servicio, no es un estado de ánimo, sino un estado de la persona. Es el “viviendo” de aquellos que se saben rescatados por Cristo y orientados a servirle en los hermanos, por amor, obrando en libertad para el bien. No obstante, este “viviendo” comporta contrariedades, momentos de tristeza, de hastío, de enojo, de desilusión, y demás situaciones que exigen de nosotros una respuesta en el amor, en el servicio, que refleje nuestra gratitud al Redentor, nuestra alegría porque nos ha hecho sus siervos al rescatarnos de la muerte. El filósofo Emmanuel Mounier lo expresa así: “No hay camino (...) que no pase por la encrucijada de la Cruz. La alegría no le es negada (a la persona): constituye el sonido mismo de su vida. Pero la felicidad tranquila no es alegría. (...) Esta doble condición, donde la alegría existencial está mezclada con la tensión trágica, hace de nosotros seres de respuesta, responsables.” (Revolución personalista y comunitaria).
Servir con alegría es, pues, como amar, una decisión, la respuesta a la obra de Dios en nosotros, el “sí” que nos amarra a su plan de amor por la humanidad y que define nuestros pensamientos, palabras, y acciones, los cuales comportan “los mismos sentimientos de Cristo Jesús, quien, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2,5-7).
Es muy conocida la anécdota aquella de la Madre Teresa, cuando es visitada por un periodista que observa las tareas que realiza en el cuidado de los enfermos terminales en Calcuta, algunas de ellas en realidad repugnantes. En un momento determinado, el periodista le dice a la religiosa: “yo no haría eso que usted hace, ni por un millón de dólares”. A lo que ella repuso: “ni yo tampoco”. La frase: “Todo lo hacemos por Jesús”, es su máxima y la de su Congregación. Y debiera ser la declaración de cada fiel servidor alegre del Señor. 

miércoles, 31 de octubre de 2012

Cambios, cambios, cambios...


Hay siempre algo problemático en los cambios. "El hombre es un animal de costumbres", dice el escritor Charles Dickens, y quizá su intención con dicha frase era ilustrar cómo verdaderamente los cambios resultan ser, pequeños o grandes, algo que parece no corresponder a nuestra "normalidad". Y, por lo mismo, resultan perturbadores. Existen personas que lidian de maravilla con ellos; en cada uno ven una oportunidad de mejorar, de adquirir algo nuevo, de crecer en una habilidad o en un conocimiento. Existen otros que, aunque para los anteriores también implica un esfuerzo de adaptación, en éstos se convierte en una labor titánica, un trance penosísimo, una situación que no les desean a nadie. Creo que, a mi pesar, entre estos extremos me sitúo yo.
La oportunidad de servir en una nueva comunidad es, creo, siempre un regalo. Aunque en un principio se echa de menos a la comunidad que se deja atrás en la encomienda (no en la querencia), poco a poco va uno agarrando cariño a la nueva situación. Pero hay qué admitir que no es fácil: conocer los rumbos donde se llevará a cabo el ministerio, entrar en confianza con los colaboradores, ubicar espacios, cada cosa y su lugar, las "maneras" que acá se tienen de hacer las cosas, el talante humano y espiritual de los fieles... Es como ir desgranando las cuentas de un rosario: hay qué armarse de paciencia, y por unos días o semanas "aguantar" la incomodidad de esa sensación de verse fuera de lugar, y a veces de tiempo. Pero cuando pasa este proceso necesario, llega una nueva emoción, comparable a la de los niños ante los regalos de la Navidad: ¿qué habrá en la caja? ¿Qué tiene Dios preparado para mí aquí y ahora?
Y creo que, para el hombre de fe, el cambio debe ser un kairós, un tiempo donde lo divino se hace presente. Alguno objetaría, en una visión estatista de Dios, que el cambio no va bien con alguien que se describe a sí mismo en la Sagrada Escritura como "el mismo ayer, hoy y siempre". Pero creo que no hemos captado la imagen. Más que un monolito, Dios es como un fuego siempre encendido, siempre en movimiento, pero siempre dando luz, siempre calentando. Por eso, cada cambio me "desinstala" de aquello que en realidad no soy y, sin dejar de ser lo que verdaderamente soy, me "sincronizo" con el Dios siempre cambiante, pero siempre Él mismo... ¡oh, gran paradoja!
Otro escritor, Fedor Mijailovich Dostoievski, ha dicho: "El hombre es un ser que a todo se acostumbra y ésta es la mejor de todas sus cualidades." Creo que esta cualidad, más que lo que hemos pensado, nos acerca a Dios, a su eterna juventud, a su eterna novedad, a su eterna vida.

sábado, 18 de febrero de 2012

Regresando de Ejercicios...

Estas últimas dos semanas estuvieron repletas de experiencias extraordinarias, que rompieron gratamente con mi rutina... un viaje a Guadalajara y regiones cercanas, y los Ejercicios espirituales anuales ofrecieron un contexto, en un caso poco común, y en el otro, aunque esperado, lleno de sorpresas.
Es interesante cómo la rutina nos desgasta, y los cambios también. Los días previos a este espacio de tiempo había estado resintiendo los duros meses previos, dados los cambios que sobrevinieron en la comunidad parroquial a partir de mediados de Agosto pasado, cuando fueron reubicados a otras comunidades mis compañeros sacerdotes, entrando en la escena un nuevo párroco y un nuevo vicario. Nuevas ideas, gente que se va y gente que se integra a la labor, nuevos criterios y formas de hacer las cosas, reaprender ciertos caminos... La verdad es que aunque ha sido enriquecedor, ya necesitaba un respiro.
La ocasión la dio la conveniencia de viajar a Guadalajara a despedir a nuestro Pastor y, de pasada, tomar un par de días en Vallarta, conviviendo con un grupo de sacerdotes. No podría, aunque quisiera, describirles la riqueza de esos momentos; lo que parece simple "convivencia", en el compartir las anécdotas, las luchas, las dudas, los anhelos, hasta la "carrilla", se convierte en una verdadera renovación del espíritu sacerdotal en uno. A veces la gente, en la mejor intención, lo pone a uno en el pedestal con su reconocimiento de lo sagrado en nuestra persona y ministerio, del cual, saludablemente, te encargan de "bajarte al suelo" los compañeros, en una especie de "ubicatex", de no negar la propia consagración y el ser instrumento del Señor para su gloria y bien de su pueblo, pero también llevar ese don en la vasija de barro de una humanidad curtida en la debilidad, fracturada por el propio pecado, y por ello sumamente delicada y necesitada también del amor de Dios y de los hermanos. Ni más que un ser humano como cualquiera, ni menos que un consagrado a Dios y a su obra.
Y, por otra parte, los Ejercicios espirituales de esta semana que termina, fueron un verdadero encuentro con el único que nos renueva desde el interior. Él me miró a los ojos, miró ese desgaste, ese pecado... y me dijo: "Te elegí así como eras, así como eres y así como serás, esperando que des lo mejor, pero nunca siendo esto una condición para amarte, cuidarte y confiar en ti." Y me enseñó a no ser tan "humano" en mis expectativas, en mis razonamientos, en mis cálculos; a ser más confiado en su Providencia y a vivir alegre mi vida y ministerio.
De veras, han sido días extraordinarios... días de gracia...

sábado, 21 de enero de 2012

Resucitando el blog...

Bueno... luego de tres años de abandono, tres años que han significado un montón de experiencias de todo tipo, he decidido volver a escribir. No espero nada al retomar esta experiencia; es simplemente el deseo de compartir algunas reflexiones y experiencias de vida, como antes lo había hecho, lo que me mueve a retomarlo. Están cordialmente invitados a pasar y expresar -siempre de manera respetuosa, por supuesto- sus opiniones.
Feliz y en paz. Así es como me siento en el presente. Aunque quizá los tiempos no sean los mejores que me han tocado vivir, la forma de procesar mi circunstancia es la más afortunada en años. Y quizá, en este equilibrio, me siento motivado a encontrarme con el otro para compartir la vida. Me siento agradecido porque a lo largo de los años y de las distintas comunidades a las que he servido, he encontrado personas que me han enriquecido enormemente. Actualmente me considero una persona sabia, en el sentido estricto de la palabra: le he encontrado sabor a la vida. Y no quiero vivir  este tiempo de gracia sin compartirlo.
Y por eso es que este espacio será de encuentro... de re-encuentro con todos ustedes que han dejado huella en mí, y que, aunque no lo sepan, estarán presentes en mis reflexiones, y, quizá, por este medio nos podamos volver a tratar; de encuentro con ustedes, los que ahora trato con cierta frecuencia, en el supuesto que este espacio no suple los otros lugares de encuentro; y de encuentro contigo, a quien no conozco, y que quizá pases por aquí y te dé algo de curiosidad o despierte algo de simpatía en ti... para todos mi agradecimiento y mi bendición.

"Es muy difícil que el amor no se vuelva posesivo, porque nuestros corazones buscan el amor perfecto y ningún ser humano es capaz de darlo. Solamente Dios puede ofrecer un amor perfecto.
Por lo tanto, el arte de amar incluye el arte de darle espacio al otro. Cuando le damos al otro espacio para que se mueva y comparta nuestros dones, llega a ser posible la verdadera intimidad"
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(Henri Nouwen)

miércoles, 2 de enero de 2008

Feliz Año 2008!!!


En el gran corazón de Dios, nuestro Padre, hay un deseo para cada uno de nosotros. Por ese deseo, su Hijo Jesucristo, verdadero Dios, nació verdadero hombre de la Virgen María, predicó la Buena Nueva, murió y resucitó, y está a la derecha del trono del Altísimo.

Que hacia el pleno cumplimiento de ese deseo de Dios para ti se oriente en este año que comienza toda tu vida: tus entradas y salidas, tus anhelos y necesidades, tus logros, tus reveses y tus sufrimientos. Se trata de amor, y sólo eso; lo demás, viene por añadidura o no importa.