miércoles, 14 de noviembre de 2007

Marana tha



Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas
piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: "De todo lo que ustedes contemplan, un
día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Ellos le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a
suceder?"
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar,
porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: "Soy yo", y también: "El
tiempo está cerca". No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones
no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el
fin".
(Lc 21,5-9)


Estamos terminando el año litúrgico, esto es, el ciclo anual en el que conmemoramos los misterios de la salvación, teniendo como centro a Cristo. Estos dos domingos próximos se nos habla de un aspecto muy importante de la vida cristiana: la espera de la segunda venida del Señor Jesucristo.

Como es conocido por muchos, ha habido grupos religiosos que se han aprovechado de la expectación en torno a este día glorioso, anunciando su llegada inminente. Algunos de ellos han llegado al extremo de llevar a los creyentes a quitarse la vida, para “recibir” al Señor que “ha llegado”.

Es necesario hacer notar que la Sagrada Escritura en ningún momento da fechas precisas ni sugiere algún momento determinado para descubrir cuándo ocurrirá el Día del Retorno del Señor, el Fin del Mundo. Las señales que presentan los Evangelios (guerras, terremotos, catástrofes, etc.) no hablan de un día determinado, sino de lo que caracteriza al tiempo de espera del Último Día: una fe que se vive en un mundo agitado por los conflictos humanos, por los sucesos de la naturaleza, por todas estas situaciones que nos manifiestan la limitación de la realidad actual para responder al anhelo de felicidad del ser humano. Resaltar estos elementos tiene como fin alentar la esperanza cristiana, recordarle al fiel cristiano que su felicidad y plenitud no se encuentra en este mundo, ni siquiera cuando todo parece marchar bien y en paz. "De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Todo lo que en esta vida nos ofrece seguridad, bienestar, cierta comodidad y gozo, un día será caduco, inútil, desechado, ante la grandeza y la plenitud de la vida nueva en Cristo Jesús, quien volverá a consumar su obra de salvación, destruyendo definitivamente al pecado, a la muerte, al dolor.

Si contemplamos nuestra vida, más allá de los conflictos internacionales y de las catástrofes naturales (situaciones ambas que no son nuevas ni propias de los últimos años), podemos descubrir que nuestra fe se desarrolla en medio de situaciones de alegría y de tristeza, de logros y fracasos, de esperanza y de sufrimiento. Tenemos ciertas seguridades (nuestros “Templos de Jerusalén”) y, al mismo tiempo, señales que nos recuerdan que nuestra vida no es tan plenamente satisfactoria como debería de ser. Junto al gozo experimentado no tarda en aparecer la desolación ante ciertas situaciones. Todo esto nos debe mover a dirigir nuestra mirada hacia el Señor Resucitado, hacia el Vencedor del pecado y de la muerte, y elevar nuestra plegaria: Marana tha, ¡Ven, Señor!

Esperemos, pues, el Retorno del Señor, no con temor, sino con alegría y con una esperanza viva, que se esfuerza para presentarle al Señor un mundo mejor al que Él nos encargó hace casi dos mil años, con la confianza de que Él concluirá la obra que hoy nos encomienda realizar, y que no es sino continuación de aquello que su amor divino ha venido realizando en nosotros desde los tiempos antiguos, aún antes de darse a conocer a Abraham y a los patriarcas de Israel.

¿Cuándo regresará el Señor? El “cuándo” no preocupa realmente para aquel que busca amar a Dios, con todo su corazón, hoy y siempre. Si ya amamos al Señor, si ya buscamos con tesón seguir el camino que Cristo nos enseñó, ¿inquieta si el Último Día llega mañana? Realmente no, porque el Señor ya está con nosotros, porque ya nos mueve a amar, porque hoy nos impulsa a construir un mundo mejor. Cuando llegue, que el Señor nos encuentre viviendo en el amor a Él y a los demás. Ésa es la mejor plegaria para apresurar su venida, su plena victoria sobre la muerte y el pecado, la plenitud de su Reino.