miércoles, 17 de octubre de 2007

Ser responsables en lo que comunicamos.

Estos días he visto, con tristeza, cómo en algunos medios locales y nacionales se abunda en la descalificación a personas que ejercen o han ejercido un cargo de elección popular. Me asombra (ojalá nunca pierda esta capacidad) la facilidad con la que se vierten comentarios, sobre todo en contra, haciendo leña del árbol caído, claro está, sin pruebas más contundentes que las opiniones o las noticias “de oídas” de otros. Se advierte cómo, en muchos de esos casos, no se trata de dar a conocer un hecho de interés público, sino de hacer dinero vendiendo noticias “de colores”, de captar al lector/consumidor de novelas baratas (es impresión dan muchas notas que, curiosamente, son de las que más abundan) para que engruese los ingresos de los propietarios de los medios (de algo tienen qué comer, dicen los que los compadecen).
Desde el día en que fui invitado a participar, de manera muy sencilla, en este medio de comunicación, cada vez que me pongo ante la computadora y me hago la pregunta: “¿qué puedo compartir ahora?”, siento en mis hombros la gran responsabilidad que implica plasmar unas palabras que van a llegar por este conducto a mucha gente. No es fácil encontrar siempre un tema adecuado, interesante, actual, que enriquezca, un poco al menos, al buen lector; es recurrente la tentación de pintar un poco de amarillo el comentario, “p’a que resalte”. Y, a pesar de la dificultad y el compromiso que todo esto implica, no dejo de agradecer a Dios la oportunidad que este medio me brinda para intentar, lo menos, iluminar el camino de quien es mi compañero de andares, tú, querido lector, y siempre con una luz que no es mía; la luz de Cristo, de su Espíritu, que habla en y por la Iglesia.
Precisamente, el año pasado, el Papa Benedicto XVI, en la 40ª. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en el mensaje alusivo expresaba: «El llamado a los medios de comunicación de hoy a ser responsables, a ser protagonistas de la verdad y promotores de la paz que ella conlleva, supone numerosos desafíos. Aunque los diversos instrumentos de comunicación social facilitan el intercambio de información, ideas y entendimiento mutuo entre grupos, también están teñidos de ambigüedad. Paralelamente a que facilitan “una gran mesa redonda” para el diálogo, algunas tendencias dentro de los medios engendran una forma de monocultura que oscurece el genio creador, reduce la sutileza del pensamiento complejo y desestima la especificidad de prácticas culturales y la particularidad de la creencia religiosa. Estas son distorsiones que ocurren cuando la industria de los medios se reduce al servicio de sí misma o funciona solamente guiada por el lucro, perdiendo el sentido de responsabilidad hacia el bien común. Así pues, deben fomentarse siempre el reporte preciso de los eventos, la explicación completa de los hechos de interés público y la presentación justa de diversos puntos de vista».
Este párrafo tan denso ofrece algunos conceptos interesantes para la reflexión:
a) Ser responsables, protagonistas de la verdad y promotores de paz: el sopesar y aceptar las consecuencias de nuestros actos, de lo que decimos, lo que exponemos, buscando que éstas ayuden a la verdad y la paz, es el reto. Decir cualquier cosa, sin fundamento, sin medir efectos, eso lo hace cualquiera.
b) Ambigüedad: los medios de comunicación sirven para bien o para mal. En sí mismos tienen un valor, pero aún éste puede quedar descalificado si usamos para fines mezquinos o contrarios al bien común esta gran herramienta.
c) El gran peligro de los medios: olvidarse que su finalidad está al servicio del bien común.
d) Reporte preciso de los eventos (salir de la opinión, del “me parece”, del comentario que va más allá del hecho y que, simplemente, es expresión de los prejuicios del comunicador); la explicación completa de los hechos de interés público (esto último no tiene nada qué ver con el morbo, esto es, el interés malsano por personas o cosas); la presentación justa de los diversos puntos de vista (la ausencia de esto hace que la noticia o el comentario sea tendencioso, interesado, servil a cualquier fin, frecuentemente deshonesto o sencillamente sórdido).
Mi abuela Elena, de feliz memoria, solía repetir mucho un refrán popular: “tanto peca el que mata la vaca como el que le amarra la pata”. Aunque la mayor responsabilidad sobre lo que se comunica y cómo se comunica en los medios la tenemos los directamente involucrados en su ejercicio, también es cierto que, en una sociedad tan consumista como la nuestra, la responsabilidad del lector/consumidor es grande. No es bueno para la sociedad (decimos, “para nuestros hijos”) alimentar ambientes donde la calumnia, la difamación, el comentario ocioso, la palabra hiriente, las medias verdades, los prejuicios que se gritan, representen el grueso de nuestras conversaciones, de lo que recibimos, de lo que manejamos en la propia comunicación interpersonal.
Recordemos, finalmente, aquella advertencia de Jesús: “Pero les aseguro que en el día del Juicio, los hombres rendirán cuenta de toda palabra vana que hayan pronunciado. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,36-37). La palabra es un gran regalo de Dios al hombre, pero también es una gran responsabilidad. De todos y de cada uno.

sábado, 13 de octubre de 2007

Regresando de avivar el fuego

Esta semana pasada estuvimos de retiro los padres de la zona pastoral… incluido su servidor. Siempre disfruto estos momentos de encuentro con Dios y con los hermanos en el orden sagrado, ya que, en la experiencia con ambos, renuevo mis ganas de ser lo que soy, a lo que Dios me ha llamado, y descanso y me divierto compartiendo momentos padrísimos con los otros sacerdotes.
¿Qué hacemos en estos retiros? Un poco de todo: rezamos, celebramos juntos la Eucaristía, descansamos (un poco más que de costumbre, jejeje), nos cansamos jugando fútbol (todavía corremos poquito, aunque he de reconocer, con cierta pena, que los años no pasan en balde, y que lo que podíamos en el seminario, en plena juventud, ahora ni en sueños, jejejeje), compartimos experiencias de la vida pastoral, recibimos charlas de reflexión…
Y a propósito de las charlas que nos compartió esta ocasión un padre jesuita, hubo varias cosas que me llamaron la atención. En una de las charlas, por ejemplo, el padre compartía varias actitudes que se le piden al sacerdote y al fiel cristiano en el mundo de hoy, tan competitivo y dado a calificar las cosas con el criterio de la eficacia. Y no son nada del otro mundo: tener buen humor, capacidad de superar las frustraciones, tener claridad en la meta que se busca para no andar de aquí para allá, y seguir aprendiendo a confiar en uno mismo, esto es, en las capacidades y dones que Dios nos ha dado. Son actitudes que parecen muy sencillas, pero que ciertamente encierran su grado de dificultad. Por ejemplo, hoy es raro ver a la gente de buen humor, poniéndole buena cara a la vida. Muchos vivimos (me incluyo) fijándonos en los problemas, en los retos que pone la vida… y sufriendo el estrés y la tensión de “dar el kilo” en los diversos ámbitos de nuestra vida. Y en esta lucha, a veces, quizá demasiadas ocasiones, nos perdemos el disfrute de la vida que Dios nos regaló, y que Él quiere que disfrutemos.
Es bueno, en resumen, es importantísimo darse estos espacios de descanso, recreación y convivencia, sobre todo en la circunstancia de un mundo tan ajetreado que, de dejarlo, nos esclaviza y de por sí no nos los brinda. No es un lujo, es una necesidad.
Y claro, ya regresando… ¡a darle a la obra del Señor!
P. D. Gracias a todos los que estuvieron en oración, acompañándonos en esta experiencia. Dios les pague, mejor que Él, nadie.