sábado, 13 de octubre de 2007

Regresando de avivar el fuego

Esta semana pasada estuvimos de retiro los padres de la zona pastoral… incluido su servidor. Siempre disfruto estos momentos de encuentro con Dios y con los hermanos en el orden sagrado, ya que, en la experiencia con ambos, renuevo mis ganas de ser lo que soy, a lo que Dios me ha llamado, y descanso y me divierto compartiendo momentos padrísimos con los otros sacerdotes.
¿Qué hacemos en estos retiros? Un poco de todo: rezamos, celebramos juntos la Eucaristía, descansamos (un poco más que de costumbre, jejeje), nos cansamos jugando fútbol (todavía corremos poquito, aunque he de reconocer, con cierta pena, que los años no pasan en balde, y que lo que podíamos en el seminario, en plena juventud, ahora ni en sueños, jejejeje), compartimos experiencias de la vida pastoral, recibimos charlas de reflexión…
Y a propósito de las charlas que nos compartió esta ocasión un padre jesuita, hubo varias cosas que me llamaron la atención. En una de las charlas, por ejemplo, el padre compartía varias actitudes que se le piden al sacerdote y al fiel cristiano en el mundo de hoy, tan competitivo y dado a calificar las cosas con el criterio de la eficacia. Y no son nada del otro mundo: tener buen humor, capacidad de superar las frustraciones, tener claridad en la meta que se busca para no andar de aquí para allá, y seguir aprendiendo a confiar en uno mismo, esto es, en las capacidades y dones que Dios nos ha dado. Son actitudes que parecen muy sencillas, pero que ciertamente encierran su grado de dificultad. Por ejemplo, hoy es raro ver a la gente de buen humor, poniéndole buena cara a la vida. Muchos vivimos (me incluyo) fijándonos en los problemas, en los retos que pone la vida… y sufriendo el estrés y la tensión de “dar el kilo” en los diversos ámbitos de nuestra vida. Y en esta lucha, a veces, quizá demasiadas ocasiones, nos perdemos el disfrute de la vida que Dios nos regaló, y que Él quiere que disfrutemos.
Es bueno, en resumen, es importantísimo darse estos espacios de descanso, recreación y convivencia, sobre todo en la circunstancia de un mundo tan ajetreado que, de dejarlo, nos esclaviza y de por sí no nos los brinda. No es un lujo, es una necesidad.
Y claro, ya regresando… ¡a darle a la obra del Señor!
P. D. Gracias a todos los que estuvieron en oración, acompañándonos en esta experiencia. Dios les pague, mejor que Él, nadie.

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