sábado, 8 de diciembre de 2007

Juan y la espera del Señor


Estamos en tiempo de Adviento en la liturgia, y uno de los exponentes más representativos de este tiempo de espera y preparación del Señor y su gracia es San Juan Bautista quien, a la sazón, es el santo patrono de la comunidad parroquial en la que sirvo.

Este Segundo Domingo de Adviento, San Juan Bautista aparece como el que llama a la conversión: "Arrepiéntanse, porque el Reino de Dios está cerca". Y el Evangelio nos presenta la figura de Juan: el hombre penitente, sobrio, casi la personificación de ese arrepentimiento. Algo más me impacta en la figura de Juan: no mide las palabras al invitar a la conversión. Es más, no invita: demanda. Su palabra es como un poderoso rayo de luz que no deja escondrijo sin examinar, pecado sin evidenciar, mal sin denunciar. Y eso que él no es la luz, sino sólo un mensajero de la Luz.

"El tiene el bieldo en su mano, para separar el trigo de la paja...". Anuncia a aquél que viene, de una vez por todas, a arrancar la cizaña de nuestros corazones, al que por fin, pondrá las cosas en su sitio, el que, con su venida, obrará la transformación de nuestra pobre humanidad en algo más divino.

Adviento es, pues, el tiempo de abrirnos al que viene a renovar nuestra vida, a disipar las tinieblas de nuestros ojos, a arrancar las malas hierbas de nuestro jardín interior. Conversión es abandonar la ceguera que nos impide ver cuánto necesitamos de la Luz, dejar la debilidad que presumimos como una fortaleza en Sus Sagradas Manos para que de veras podamos luchar.

Quiera Dios, por intercesión de San Juan Bautista, concedernos la gracia de su Espíritu, para poder convencernos de nuestra indigencia y Su misericordia, de nuestra orfandad y de Su amor, para dar frutos dignos de Aquel que viene a salvarnos. ¡Ven, Señor Jesús!

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