martes, 10 de julio de 2007

Creer hoy, ¿es igual que antes?


"Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes." (Jn 16, 12-15)
Durante el novenario de las fiestas patronales, pude constatar, con cierta tristeza, que la participación de la gente en torno a las peregrinaciones y celebraciones fue muy poca, en proporción con las personas que forman nuestra comunidad parroquial. Pareciera como si aquellos que dicen profesar la fe católica, ante la posibilidad de manifestarla y celebrarla en un momento tan significativo para la comunidad y no hacerlo, en realidad no “creen”. O al menos, surge la pregunta: ¿por qué?
Y pienso que quizá y todo comience con el hecho de que la vivencia y la expresividad de la fe no es la misma en nuestros días, que como la vivieron nuestros padres y abuelos. Lo que en un momento dado a los que hoy están cargados de años les satisfizo para anunciar, celebrar y compartir la fe, hoy las nuevas generaciones lo ven con recelo, o con una simple indiferencia. Los papás se quejan de que los hijos no los han seguido en sus prácticas religiosas. Los jóvenes juzgan ciertas prácticas como de “cosas de viejitas”, o como algo que solamente les toca realizar “a las de la vela perpetua”, y con esto último muchas veces se excusan de prácticas que incluso la doctrina cristiana considera vitales, “obligatorias” desde un punto de vista normativo, como la asistencia a misa todos los domingos, por ejemplo.
Ciertamente que la riqueza de la fe y su pervivencia a través de diferentes épocas y culturas, nos dan la pauta para hacer una importante distinción: no es lo mismo lo que creemos, que cómo lo expresamos y lo vivimos. Aunque en lo segundo, las formas de hacerlo deben corresponder al contenido de lo que creemos y nos ha sido revelado en Cristo (nunca, por lo mismo, va a ser válido según nuestra fe expresar nuestra fe mediante la violencia, pues fe y violencia son incompatibles, por ejemplo), esto no excluye la posibilidad de encontrar, crear nuevas maneras de que nuestra fe logre fortalecerse, expresarse, vivirse como un tesoro, con alegría.
En este sentido, lo que ya indicaba el Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, a los obispos latinoamericanos, esto es, la necesidad de una evangelización nueva en sus métodos, nueva en su ardor, nueva en su expresión (Discurso a la Asamblea del CELAM, 9 de marzo de 1983), debe ser una breve pero significativa guía para los católicos de hoy, que queremos ser fieles practicantes de nuestra fe.
¿Me basta, nutre, vivifica, la forma en que anuncio o me es anunciada la fe? ¿Me basta, nutre, vivifica cómo la celebro individualmente o en comunidad? ¿Me impulsa realmente mi fe a vivir en amor a Dios y en servicio a mis hermanos? Y en el cómo anuncio, celebro, y vivo mi fe, ¿la vivo como auténticamente es, sin componendas, sin negociaciones de “esto sí, esto no”? ¿Qué sería vivir la fe con nuevo ardor? ¿Qué nuevos métodos puedo idear para una profesión más viva de la fe en mí? Si no “me late” salir en peregrinación, ¿de qué otra forma o medio puedo disponer para manifestar la fe, en lo que creo?
Cada uno de nosotros, católicos, como integrantes de la Iglesia de Cristo, tenemos el deber de ir impulsando los cambios que hagan que nuestra fe siga siendo motor de vida en todos los ámbitos de la vida personal y de la sociedad. Si esperamos que “la inercia” o “lo que digan los sacerdotes” sean suficientes, grande va a ser la desilusión y el debilitamiento de nuestra fe. Recordemos: todos hemos recibido el Espíritu, y él habla muchas veces por las inquietudes y deseos de nuestro corazón, seamos consagrados o no, máxime si estamos unidos a Dios. Dejemos que el Espíritu de Dios hable a través de cada uno, y juntos construyamos las nuevas formas por las que nuestra fe siga creciendo y dando vida a nuestra comunidad y a cada uno de nosotros.

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