martes, 4 de septiembre de 2007

Una reflexión extraña… y triste.

Hace unos días, su servidor, estando de vacaciones, estaba disfrutando de la compañía de unos amigos sacerdotes, y acordamos vernos en un conocido centro comercial de la ciudad de Monterrey. Este lugar se precia de tener – cosa rara en este tipo de lugares – una capilla donde habitualmente se celebra la misa, según lo escrito en los carteles dispuestos a la entrada de la misma. Una iniciativa que, hasta aquí, merece elogios para quienes se preocuparon – quiero pensar que lo dueños – de tener este espacio en un sitio donde, obviamente, no se va a encontrarse con Dios como intención principal. Hacer al Señor encontradizo para que el otro “se lo tope” es labor de todos los cristianos, sobre todo, claro está, con nuestra forma de vivir.

Sin restarle mérito a lo anterior, hay algo que, tristemente, empaña dicha iniciativa, de por sí buena. La capilla está, digamos, escondida, fuera del tráfico habitual de la gente dentro del espacio comercial y, por lo mismo, solamente se topan con ella dos tipos de personas: las que intencionalmente se dirigen a ella… o quienes van a los sanitarios. ¡Sí! El mismo pasillo lleva a quien quiera deliberadamente transitar por él, por un lado, a la puerta de la susodicha capilla y, por el otro, a las entradas de aquellos lugares a quienes la necesidad fisiológica que ustedes suponen reclama.

El sitio del culto junto al lugar de la necesidad fisiológica… ¿No hacemos eso mismo con Dios en nuestras vidas – cuando menos, en ciertas ocasiones – al ponerlo en el rincón, en ese sitio medio apartado, en el lugar a donde vamos cuando la “necesidad espiritual” – una enfermedad, un consejo, una ayuda divina, un milagro – apremia? ¿No reservamos el tiempo de encuentro con el Señor para cuando “nos den ganas”, como en otras muchas otras cosas “de ganas”?

No quiero caer en una injusta generalización. Sé que hay muchos fieles cristianos y católicos que se esfuerzan cotidianamente en poner al Señor en el centro de sus vidas, de sus intereses, de sus proyectos, de sus anhelos, de su mente y su corazón. Pero acaso – sólo es un pensamiento, algo que se me ocurre – y, ¿no será esta capilla junto a unos sanitarios un indicativo, un botón de muestra de lo que pasa en el común de la sociedad secular, casi atea, sin credo, sin ideologías – según esto, para que quepamos todos, creamos lo que creamos, como en escuela pública – que ha “arrumbado” a Dios, a la fe, al rincón, para “usarla cuando venga la necesidad”? ¿Qué pasó con la fe de aquellos hombres y mujeres que, cuando fundaban una comunidad – como pasó con la nuestra, cuando se mudó a su sitio actual – primero buscaban el sitio para el templo y, luego, a partir de éste hacían el trazo de todo lo demás?

“Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.” (Mt 5, 14-16). Hacer brillar la luz que hay en nosotros, para que el mundo sea llenado por esa luz, que es Cristo. No podemos conformarnos con la capilla junto a los sanitarios, en el pasillo escondido. Debemos poner al Señor en el centro de nuestras vidas, de nuestras comunidades. El rincón no va ni con Cristo ni con los cristianos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

AYYYY OSEEAAA PADRE IL USTED DE TODO SE QUEJAA OSEAA COO SE ATRVE O OFENDER A VALLE ORIENTEE?? JAJAJAJAJJAAJJAA ES BROMAA!!! DE ECHO TIENE MUCHIIISIISISIMAA RAZÓNNN ME GUSTO LA REFLEXIÓN, DIOS LO BENDIGA Y LO ILUMINEE! SIEMPRE =)

CORY